La vida te pone patas arriba. Un día te sientes alto y al día siguiente bajo. Cada día que viene es, bueno… simplemente impredecible.
La vida es como un balancín, es así, uno arriba uno abajo, ojo por ojo.
Este fenómeno afecta a todos, sin excepción. Cada nabí que llegó a este mundo experimentó estos sentimientos y emociones. Los ricos en sus apartamentos de gran altura y los pobres en sus chozas derruidas, los piadosos en sus alfombras de oración y los pecadores en sus sofás y divanes: todos cabalgan sobre las mareas cambiantes de la fortuna. Todos estrechan la mano de la prosperidad y la pobreza. El plato de cada uno está lleno de su parte de felicidad y tristeza, así como de emoción y decepción.
Lo que no observamos es que nadie tiene ninguna influencia sobre lo que se le ha decretado para él. Uno no puede comandar la cantidad de riqueza que desea, o la felicidad que acaricia y sueña. Tampoco es posible que un individuo evite los problemas y dolores que le están destinados.
Esto se debe a que nosotros somos la creación y Al’lah Ta’ala es el Creador. Somos propiedad de Él, y sólo Él es el Dueño de nosotros. Lo que Él ha decidido sucederá, independientemente de todo lo que hagamos. En resumen, cada hombre recibirá y vivirá todo el espectro de las ofrendas de la vida en el momento, lugar y condición que Al’lah Ta’ala haya decidido…
Somos como los pasajeros de un avión, tren o cualquier otro transporte. Uno podría sentarse malhumorado durante todo el viaje, lloriqueando y quejándose todo el camino. Cuando se termine el viaje, el agotamiento físico y el cansancio mental acompañado de oscuridad, fatalidad y desesperación serán los únicos compañeros.
La otra opción sería aprovechar al máximo el viaje. Comparte una sonrisa. Ten una buena palabra. Se paciente, positivo y productivo. El viaje sigue siendo el mismo: pero uno será el ganador al final.
Una buena vida no se basa en acumular riquezas, buena salud y familias felices. Más bien es la bendición de un corazón empoderado para conquistar el mundo y aún así sonreír desde adentro.
Este fue el tema de la vida de la Reina del Paraíso (Yannah) – Fátima (radiyal’lahu anha). Nació como la menor de cuatro hermanos y su infancia se vio sacudida por el abuso extremo y la persecución que su noble padre, nabí Muhammad ﷺ tuvo que soportar. Pero ella era valiente. Su coraje llegó a tal punto, que una vez desafió abiertamente el abuso de los enemigos de su padre y en presencias de ellos le quitó las entrañas de un camello que la habían colocado sobre la espalda de su padre, cuando él estaba en Saydah frente a la Kabah.
Era una época en la que los hombres carecían del coraje para hacer lo que ella hizo sin miedo. ¿Acaso ella eligió estar en una situación difícil? ¡De nada! Sin embargo, el desafío nunca la defraudó. En cambio, ella fue decidida y audazmente proactiva. Aceptó el desafío, tiró el guante y defendió la verdad.
Recién había entrado en los segundos diez años de su vida cuando su hermana mayor Ruqayyah (radiyal’lahu anha) dejó la Meca y emigró a Abisinia. Ella se despidió sabiendo muy bien que este podría ser su último encuentro porque era un viaje a lo desconocido… un viaje a las selvas salvajes de África. ¿Regresarían con vida? ¿Regresarían sanos y salvos? Esta fue la píldora amarga de la vida que tuvo que tragar pacientemente. Puede que no se ajustara a su idea del entorno familiar perfecto, pero sabía que Al’lah Ta’ala tenía un plan mejor.
Unos años más tarde, la valiente y joven Fátima (radiyal’lahu anha) se unió a su familia cuando se vieron obligados a abandonar sus hogares y “fueron restringidos” en un valle. Este fue el malvado boicot impuesto por los Quraish. A nadie se le permitió comerciar con este grupo desterrado. Efectivamente, el boicot fue aterrador, frío y totalmente inhumano.
A La sociedad se le prohibió interactuar con ellos y viceversa. La hambre había llegado a tal punto que los gritos de hambre de los bebés se podían escuchar resonando por todo el valle. La gente tenía que bastarse con comer las raíces de la hierba y los arbustos para alimentarse porque no había nada más disponible. ¿Qué podía hacer esta débil mujer, que era la hija amada del más amado de Al’lah Ta’ala? Pero ella sabía y comprendía que esta era, de hecho, la decisión de Al’lah, el Poderoso y el Sabio. La tierra le pertenece a Él y Él decide lo que Su creación debe recibir y experimentar.
Con el tiempo, el boicot terminó y apenas llegó el alivio cuando su amada madre, Jadiyah (radiyal’lahu anha) se enferma y fallece, dejándola para siempre. Nunca más la volvería a ver. Este no fue un problema menor. Esta era su madre. No había reemplazo. Pero ella sabía que su madre pertenecía a Al’lah Ta’ala, quien quita y da la vida. Ella solo podía acudir a Él en busca de consuelo.
El período que siguió registró un aumento sin precedentes de la presión, persecución, hostigamiento y acoso. La inhumanidad se hizo más intensa y continuó sin cesar. Los pilares de apoyo de los que antes disfrutaba su familia ahora se habían derrumbado y el horizonte parecía oscuro, lúgubre y desalentador. Fue solo cuestión de una “breve pausa” y el próximo gran cambio y desafío se presentó en su ardua vida fue que tuvo que mudarse de casa.
¡No de una calle a la siguiente!
Tuvo que abandonar su tierra natal y mudarse a un lugar nuevo y extraño para ella. Tuvo que dejar atrás buenos recuerdos, amigos y familiares. Pero la joven Fátima (radiyal’lahu anha) había aprendido hace mucho tiempo antes que la mentalidad de un musulmán es estar feliz y contento con el decreto de Al’lah Ta’ala, en todas y cada una de las situaciones. ¿Por qué no viviría ella esta lección, cuando ella era, después de todo, la hija del líder de ambos mundos ﷺ y la reina del Yannah (Paraíso)?
La “rueda del tiempo se encendió” y pronto empezó a vivir en Medina Munawarah, como era una mujer joven que estaba casada con Alí (radiyal’lahu anhu). Las cosas eran difíciles y se pusieron aún más difíciles con cuatro niños a los que cuidar. La comida era difícil de conseguir. Fátima (radiyal’lahu anha) realizaba sola sus tareas diarias. No tenía ayudante de ningún tipo.
Cuando ella le pidió ayuda a su amado padre ﷺ, él dirigió su atención hacia el Más Allá. Él le recomendó el famoso “Tasbih Fatimi”. ¡Un intangible a cambio de un tangible! ¡Él le dio algo que ella no podía sentir, ver o incluso hablar en respuesta a su pedido de ayuda física! Pero aceptarlo fue muy fácil para ella y para cualquiera a quien Al’lah Ta’ala haya guiado.
¿Por qué esta mentalidad?
De hecho, fue simplemente porque había decidido estar contenta con los decretos de Al’lah Ta’ala. ¿Cómo podría no estar contenta? De hecho, ella era Fátima (radiyal’lahu anha), la amada hija del más amado de Al’lah Ta’ala, nabí Muhammad ﷺ… ella comprendía que todo lo que sucede, positivo o negativo, es la voluntad de Al’lah Ta’ala y está respaldado por la sabiduría del Sabio. Simplemente porque entendía que las obras piadosas como Salah, recitar el Corán, Zikr y abstenerse del pecado tienen un impacto revelador en nuestra vida física diaria. Ella lo aceptó y funcionó de maravilla para ella. También te funcionará a ti. Házlo parte de tu vida diaria y experiméntalo de primera mano.
La vida de Fatima (radiyal’lahu anha) fue una manifestación de la aleya:
“Al creyente que obre rectamente, sea varón o mujer, le concederé una vida buena y le multiplicaré la recompensa de sus buenas obras”. [sura: An-Nahl, aleya: 97]
¡LA VIDA ES COMO UNA MONTAÑA RUSA!
¡DISFRUTA DEL VIAJE!